miércoles, 17 de septiembre de 2008
IONE
Cuando se es niño, los recuerdos quedan marcados fuertemente en la memoria. Han transcurrido muchos años, pero parece que sucede cada día en que la lluvia se hace presente en Semana Santa. Jueves Santo, aún vivíamos en el viejo caserón, hoy desaparecido, de la calle Encarnación en la colación de Santa María la Mayor. El cielo estaba gris, las hojas de la arboleda del patio se movían al son de un molesto viento. Todo presumía que la jornada se vería deslucida por la lluvia. En aquellos tiempos, el Nazareno aún no procesionaba y a la Sagrada Cena le quedaban muchos años para constituirse y hacerlo. Todo era añejo, decimonónico, pero con mucho sabor. Toreria desde San Cayetano, Caridad de San Francisco, Esparraguero del Marrubial y la Señora Angustiada en San Pablo. Aquella noche todo quedo en la nada, la lluvia se hizo presente. El empedrado del patio comenzó a brillar al igual que las hojas verdes de la arboleda. En la salita el brasero de picón y un olor a café recién hecho se hicieron presentes. Unos platos de pestiños y roscos, fritos la noche anterior, acompañaban la tarde. La abuela puso el viejo aparato de radio. Quería escuchar el Sermón de las Siete Palabras. Entre una y otra, una marcha. Solemne, fúnebre, trágica y a la vez tan bella que mi mente logró retener. Con el tiempo conocí su nombre, Ione. Hoy cuando la escucho tras de algún palio, me viene a la memoria aquella lejana tarde de Jueves Santo. También la asocio con el agua, no se por qué. De hecho cuando algún día la lluvia aparece, es la que pongo en el equipo de música viendo pasar desde mi atalaya privilegiada, a la gente con paraguas abiertos de par en par.
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